Promesas sin cumplir, burnout y depresión
Menudo cóctel lleva el título, ¿no? Pues si te encuentras con, al menos, una de ellas en tu entorno laboral, mi recomendación es simple: busca otro trabajo.
Me explico.
Cuando empecé a trabajar en mi primer curro, tenía la motivación por las nubes: estaba aprendiendo cosas nuevas cada día y veía cómo mis skills mejoraban sin parar. Cada día tenía más y más ganas de seguir y darlo todo.
Además de ello, los directivos de la empresa en la que estaba veían mucho potencial en mi trabajo y mis aptitudes, así que apostaron por mi. Me formaron y con los años acabé siendo programador sénior, pero… no sin unos cuantos baches. Y no suaves, precisamente.
Cada seis meses o así, des de que entré a trabajar tenía una especie de “charla” con el CEO, en la que éste me decía todo el potencial que veía en mí, que podía llegar muy alto y que me subirían el sueldo muy pronto.
Siempre me decían lo mismo. Cada seis meses. Durante cuatro años.
¿Qué pasa? Que yo seguía mejorando, tomaba más responsabilidades en la empresa y trabajaba más y en cosas más densas… sin ver un aumento de sueldo.
Esto me iba cargando cada vez más, y el ritmo frenético de la empresa no ayudaba para nada. Acabó llegando la pandemia, y con ella el teletrabajo. Ahí me pude relajar mucho porque trabajando des de casa todo era más cómodo.
Trabajaba igual de duro o más, no me malinterpretéis, que os veo venir.
Cuando acabó el confinamiento todas las empresas seguían con el teletrabajo, ya que veían que era un modelo muy bueno para los programadores, ya que no se les necesita de manera presencial, y todo se puede hacer vía chat o videollamadas.
Mi empresa, por eso, fue la excepción. Todos a la oficina antes de que la desescalada acabase. Preguntando el por qué no podíamos seguir teletrabajando, los de recursos humanos nos dijeron que “había unos individuos que no rendían al nivel que la empresa esperaba”, así que nos tuvimos que joder todos. La cosa es que como programador puedo ver lo que hacen los demás programadores (registros de Git), y no había nadie que hubiese bajado el ritmo. Más bien lo contrario, estar en casa nos hacía más eficientes.
Vamos, que simplemente no les dio la puta gana de que trabajásemos en casa.
Además, la empresa decidió durante el confinamiento que sería buena idea cambiar de oficina a una más grande. Y en ésta necesitábamos montar la red y los ordenadores de todos. ¿A quién le tocó la parte de la red? A mí. Tócate la polla.
Monté unos puntos de acceso Ubiquiti, los conecté al router, y me fui a casa. A los pocos días recursos humanos me pidió que investigase e instalase un sistema de seguridad biométrico para entrar a la oficina. Me tocó hablar con cerrajeros y demás, pero al final no se hizo nada, porque hasta el cerrajero se dio cuenta de lo idiota que era lo que pedíamos.
Cosas así me fueron tocando la moral, y junto con lo que me pasó con el CFO ya acabé hasta los huevos.
Además de todo eso, a nivel personal no estaba en una buena etapa de mi vida. No por la pandemia, ni mucho menos. Simplemente acababa de descubrir que tenía dos hermanos más a los que no conocía y me explicaron la verdad de mi familia. Todo eso se juntó e hizo que mi depresión se agravase a niveles de necesitar ansiolíticos y antidepresivos a diario.
Se juntaron el hambre con las ganas de comer, vamos.
A todo esto, llegó un momento en que recibí una oferta de trabajo de una empresa donde curraba un amigo mío, en la que me ofrecían un salario ligeramente mejor, poder teletrabajar e incluso me ofrecían formación. Lo comuniqué a la empresa y éstos me dijeron, textualmente, que no me subirían el sueldo ni harían contraofertas. Les recordé las promesas que llevaban haciéndome durante los últimos cuatro años y presenté mi dimisión ese mismo instante.
La moraleja de todo esto es que no hay que dejar que te toquen los huevos, porque somos sentimientos y tenemos seres humanos, como bien decía Mariano Rajoy.
También acabé quemándome en ese curro, pero es otra historia que ya contaré.
¡Salud, y tomaos la vida con calma!